sábado, 6 de julio de 2013

Somos personas, no ganado

Compartiendo la experiencia, porque me imagino que a todo mundo le ha pasado, a aquél que ya tiene carro pero que hubo un tiempo en el que no lo tuvo, aquél que en la actualidad tiene un carro compartido del que no puede disponer, incluso, aquél que aún no tiene carro y debe resignarse a irse en camión.
Son las seis de la tarde, camino por toda la Dr. Noriega, hasta llegar casi a orillas del centro, me detengo en la Garmendia y espero mi destino: el primer camión que pase, ya sea el 10 o la 19. He tenido suerte, ha sido la ruta 10, con un camión cuyo diseño se remonta al modelo antiguo, de esos asientos de plástico, y tubos de metal (de esos que en un frenón te tumban los dientes), pero eso sí, bien moderno: con aire acondicionado, encendido y con el dispositivo de cobranza. Paso mi tarjeta prepago y elijo la segunda fila de asientos detrás del chofer. “Buenas tardes”, saludo, y él responde. Tarifa pagada $5 pesos. Todo bien, tranquilo, son las 6 de la tarde, no es ninguna hora pico, pienso con tranquilidad.
Sin embargo, ni siquiera salimos de la Garmendia y sube más gente. Luego pasamos al Hospital General: Un montón de estudiantes; la tarjeta de una muchacha no tiene saldo. Banamex o Bancomer: otro tanto de gente; se sube un borrachín de Guadalajara pidiendo ayuda económica. Los asientos empiezan a escasear. Esquina Monteverde: Otro tanto de gente. La gente de pie se empieza a atiborrar. El chofer dice: “Por favor, váyanse haciendo para atrás”, algunos obedecen, otros, no. Olivares, más gente. Esquina solidaridad: otras gentes. Esquina Mendoza, “¿Alguien se va a bajar?”, “¡Sí!”; una mala maniobra del chofer, un clacson de un carro, se bajan unos pocos, se suben más. CUM, se bajan poquitos, se sube otro tanto.
El camión lleno, la gente pegándose a tu hombro, y mientras más te haces para dentro de tu asiento más se te pegan. Yo pensaba, “¿Es que esta pinche vieja quiere que me le eche encima a la mujer que tengo a un lado de mi asiento?”. Me hice hacia el frente, dejando el respaldo y el espacio entre mi espalda, considerándolo suficiente espacio para que la vieja metiera su barriga y me dejara en paz, me sigue restregando su pansa, sus piernas y supongo que otras partes más desagradables, y yo estoy que me lleva la fregada. Pensé, “No es culpa de la mujer, después de todo, atrás de ella y de su hijo hay alguien que le refriega las nalgas, y peor cuando alguien más se quiere bajar, pasando detrás de ella”. Miro a la otra muchacha, sentada a mi lado y me mira con una sonrisa comprensiva.
¡Somos personas, no ganado!
Llego a la Balderrama, no sé cómo he soportado tanto que se me encimen desconocidos, me bajo del camión. Prefiero mi espacio personal que ahorrarme unos cuantos metros de caminata.
Aún recuerdo mis tiempos de primaria, cuando el camión era conocido como pesero, pues valía un peso, en esos camioncitos que parecían litrito de leche, ¡qué tiempos aquellos! Quizá no fueran el modelo del año, pero había muchos, eran baratos y siempre llegabas a tiempo.
La primera vez que me tocó pagar $7 pesos por un camión, fue en La Paz, B.C., en unas vacaciones con mi prima, en aquellos tiempos, cuando yo tenía 18, se cobraba creo que $4 pesos el camión en Hermosillo y $2 pesos el estudiante, era muy bonito ese tiempo.
¡Somos personas, no gando!
Hace algunos años, se implementó en Hermosillo la modernización del transporte y de las rutas de éste. De pronto, de la nada, nadie llegaba a tiempo, nadie sabía dónde ir a tomar el camión, ni tampoco sabía a dónde iba, ni qué camión era cuál, el clásico código de colores de los camiones había desaparecido.
Me parece que en ese momento hizo falta una mejor organización por parte de los dueños del sistema de transporte urbano y hacer conferencias en las colonias para informar al usuario de las nuevas rutas. Por otro lado, pienso que las rutas se hicieron así para que las nuevas unidades no pasaran por las calles llenas de baches, en vez de haber reparado las calles de las rutas originales. Fue por una protesta ciudadana que se resolvió volver a las antiguas rutas.
¡Somos personas, no ganado!
Diariamente, se pagan $7 pesos por camión, el usuario que no tiene su tarjeta de prepago. Cada vez  que el transporte urbano ha podido (y siempre puede), ha subido el precio, de $1 peso hasta los $7. Siempre lo hace con las siguientes promesas: 1. Más transportes, 2. Conductores más corteses, 3. Aire acondicionado.
¡Somos personas, no ganado!
Número 1, no hay más camiones, al menos, entre los que yo más uso la ruta/línea 10 y 19, desde mi casa a la Uni, se tardan entre 30 y 60 minutos entre cada transporte. Ni pensar en usar uno entre las 7 y 8 de la mañana, es fatal, va retacado el camión, y si tienes suerte, se detiene para que te subas como sardina. Entre 12 y 14 horas, peor es el asunto, el camión retacado más el calor. Número 2, es posible que los transportistas sean más corteses. Al menos los conductores de los camiones a los que me he subido últimamente. Número 3, el aire acondicionado, eso sí fue innovador, pero no rinde. Son pocos los camiones que lo tienen, y menos son los que la prenden. La unidad de aire acondicionado no rinde porque siempre el camión va atascado y es peor cuando se trata de la hora pico.
¡Somos personas, no ganado!
No se trata de que les falte dinero, cobran $7 pesos la tarifa estándar,  $4 pesos la tarifa especial y $5 pesos con tarjeta prepago. ¿Qué pasa con esos tres pesos del que paga con una moneda de $10 pesos? ¿O con el peso del estudiante que paga con una moneda de $5 pesos? ¡Es mucho dinero! Porque es un inmenso monopolio, ¿qué importa que en Tijuana paguen $7 pesos? Aquí no es Tijuana, aquí sólo hay una línea de transporte urbano, allá hay muchas más, y no pasan ni 5 minutos para que pase el siguiente camión.
¡Somos personas, no ganado!